Esa Canción

Veinte años caminando entre la soledad de una ciudad dormida por la individualidad, diez soñando en volverla a ver, cinco intentando dejar de lamentar errores que cometí.

La marea no te deja entrar, la arena te toma y no te suelta jamás. El cielo te ilumina, pero el opaco olor a indiferencia inunda el cuarto de las esperanzas.

Diferencias de vida, miradas distintas, son solo cosas que separaron la realidad de la abstracta forma de mi vivir. Deambulo por parajes inhóspitos para algunos, pero es la única forma de sentir que aun puedo existir.

Durante mis años de vida la felicidad se ha desvanecido frente a mis ojos, los cuales lágrimas ya no tienen para derramar. Transitar una vez más por la calle de los esclavos del automatismo y desgastar mis sentidos nuevamente sería fatal, pero aunque la apatía desvanezca las ganas de continuar y levantar pie hacia el cielo, quizás lo vuelva a hacer.

Paradójicamente llegó el día, entre mi divagar mental me extravié llegando a este lugar donde el silencio abrumador se dejo caer sobre mí. Pasé desapercibido en todo mí andar, como lo habían sido mis últimos años en medio de la multitud cegada por el consumo y la dependencia.

¡Alto! algo suena a la lejanía, esa melodía la conozco. Recuerdos vuelan en mi mente, retornan sucesos que grabados se encuentran en mi piel, distintas sensaciones me invaden y una sonrisa se traza en mi rostro. Reaparece una lágrima que baja por mi mejilla y creo que dice felicidad. Treinta segundo escuche la melodía y los veinte años de soledad, diez soñando con volverte a ver y cinco donde nunca aprendí de mis errores, transformaron esa tarde en la mejor de mi vida. Aquella canción me recordó que aun puedo amar y me recordó a ti, a los bellos momentos que le dedicamos al mundo abstracto que juntos construimos. ¡Del que nunca quise salir!

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